Proyecto Kilela Balanda (República Democrática del Congo)

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miércoles, 9 de octubre de 2013

Diario día 26 de Junio - 4ª Entrega

26 de junio
Hemos salido, tal como estaba programado,  a las seis de la mañana. Nos acompañan Kafrigel, nuestro fiel amigo, y un chófer.  En el 4x4 no cabe ni un alfiler más. Pero en Likasi habrá que meter todavía el pan para 8 días y otras pequeñas compras de última hora.
Esta amaneciendo y el aire es fresco. En muy poco tiempo salimos de la ciudad y nos encontramos rodando por la carretera que teóricamente une a Ciudad del Cabo con el Cairo. A nadie se le ocurriría emprender hoy semejante viaje. Se pueden ver las muchas instalaciones mineras que han ido naciendo en las afueras de Lubumbashi. Debieran ser un motivo de profunda alegría y sólo producen tristeza. En vez de polos de desarrollo solo crean miseria a su alrededor. La riqueza se va y aquí sólo queda un paisaje destruido, aguas contaminadas y escoria. Miles y miles de trabajadores que se intoxican en sus instalaciones, o pierden la vida en las canteras por sueldos que ni siquiera se pueden calificar de supervivencia.
Como cada mañana un río de gente converge hacia la ciudad para vender sus productos. Sobre todos ellos destacan los que transportan varios sacos de carbón vegetal sobre sus bicicletas. Se pregunta uno como pueden mantener el equilibrio sobre ellas.
Otros empujan un bulto enorme sobre dos ruedas: Es una bicicleta que desaparece bajo seis sacos de carbón  que solo dejan ver la mitad inferior de sus ruedas.  
A 55 Km de Lubumbashi  hay un camión volcado en medio de la carretera. Transportaba una carga tan alta de sacos de carbón que no pudo mantenerse en equilibrio. Adelantamos a uno de ellos en el que podemos ver a un hombre  profundamente dormido sobre la carga.  


Más adelante hay otros dos camiones accidentados. Es una zona de subidas y bajadas con fuertes pendientes en la que siempre que se pasa hay vehículos que han sufrido accidentes por ir excesivamente cargados. Ya a la salida de Lubumbashi le hemos dicho al chofer que no pase de 90 Km/h. La carretera está bien pero es imprevisible lo que se puede encontrar en estas curvas.



Habíamos querido salir temprano para llegar pronto a Kilela pero  a veces los caminos son tortuosos. Poco antes de llegar a Likasi había un control sobre el seguro del coche. Nuestro vehículo lo tenía caducado desde hace varios meses. Después de unas cuantas discusiones de Kafrigel con los policías de la barrera, uno de ellos se nos metió en el coche y nos acompañó hasta la oficina de SONAS, la compañía nacional de seguros. Como en estos casos la presencia de dos extranjeros complica las cosas, Kafrigel se preocupó de dejarnos en un bar restaurante antes de ir con el vehículo hasta la oficina. Allí aprovechamos para dejarnos regalar con una tortilla francesa, pan, margarina y café; todo un lujo.  Transcurrido un tiempo bastante largo volvió con Olivier, nuestro amigo de Likasi que tantas veces nos ha servido como contacto con Kilela Balanda, después de pagar el seguro sin ningún recargo ni otro tipo de sanción.



Compramos el pan y algo para comer en el camino y salimos para Kilela.
Antes de abandonar la ciudad ya el camino se vuelve muy complicado al atravesar el barrio de Panda, un barrio obrero construido en la época de la colonización y que era uno de los mejor cuidados de Likasi. Los baches de sus calles anuncian lo que serán los 98 Km que haremos hasta Kilela Balanda. La bajada para atravesar el río Panda ya tiene más de 10 cm de polvo. Una vez más lo está reparando manualmente el PAM (Programa de alimentación Mundial, de las N.Unidas) .
Al otro lado del puente comienza el territorio de la Zona de Salud de Kilela Balanda.  Un inmenso territorio de 10.000 Km2 que coinciden con la zona confiada a la Misión católica de Kilela Balanda.
El primer pueblo, justo al subir una empinada cuesta de 300 m después del río,  es Ditengwa, un pueblo muy largo en el que viven unas 3.500 personas.    El polvo que levantan los vehículos al pasar hace que todo tenga el color rojizo de la tierra del camino. En Ditengwa, como en todos los pueblos, hay cientos de niños que en vez de lucir sus hermosas y brillantes pieles negras, tienen también  el color rojizo del polvo. Juegan o se sientan en el suelo y después no hay un grifo para lavarse. Alguna gente recorre casi un Km para bajar hasta  el río. Hay muchos niños y niñas muy pequeños acompañados por hermanos o amigos  no mucho más mayores que ellos. Los niños deben   aprender a cuidar y cargar muy pronto con los hermanos que les siguen. Esas imágenes hacen doler el alma, el corazón, el estómago y hasta los huesos además de revolver las tripas.
Poco a poco nos alejamos de Likasi y nos adentramos en este territorio de sabana arbolada dejando detrás una nube de polvo.




Los baches son tan grandes que en algún momento irritan profundamente y se tensa el ambiente. Viajamos en un vehículo medianamente confortable y vamos cruzando o adelantando gente que camina a pie o transporta  pesadas cargas en bicicleta. Otros circulan, o se hacen transportar en moto, algunas veces son tres adultos más un bebé en la misma moto.  Ellos no tienen otra alternativa; y después de todo, sus huesos son como los nuestros.
Cruzamos   algún gran camión cargado de mercancías  y personas que viajan sobre la carga.








A una hora y media de camino atravesamos sin parar el segundo pueblo, Kitemena. Otros tres cuartos de hora, con uno de los peores tramos del camino, y estamos en Kamikolo donde paramos para saludar a la gente. Acaban de construir otra hermosa escuela de cuatro clases que todavía no funciona porque no tiene pupitres. Los de International Rescue Committee construyen escuelas pero no se preocupan del equipamiento.  Es el primer contacto directo con un poblado del interior en plena sabana. Es el mediodía y el sol cae vertical aunque la temperatura es relativamente fresca: estamos en la estación seca.



Les quedan 40 Km hasta el mercado de Likasi


De camino hacia el centro de salud saludamos a un grupo de hombres que están cimentando el suelo de una capilla de una secta, charlamos con ellos y nos acercamos a otros que construyen o reparan sus casas. Es una actividad normal en esta época del año en la que no se puede cultivar.





El Centro de Salud es un pequeño edificio construido en 2009. El aspecto que presenta es intolerable para nuestros médicos, pero es el centro de Salud del que dispone la gente. A pesar de todo allí se cura, se hacen partos y se puede tratar la malaria. Pudimos comprobarlo porque había dos pacientes internados. El ambiente no era muy aceptable  pero pudimos ver un recién nacido envuelto con mimo y primor en los brazos de su madre. A la  entrada uno lo hubiera cerrado de inmediato, después de lo visto más bien pensamos que habrá que intentar mejorarlo.










La asepsia y la higiene son dos conceptos difíciles en todo este ambiente. Uno tiene que recordar y preguntarse qué idea tenían nuestros abuelos, o quizás nuestros padres,   de esas cosas hace 80 años.   El desarrollo es siempre más lento de lo deseable, y ciertas cosas que han formado parte de nuestra historia con el tiempo llegan a parecernos inadmisibles.   
Kamikolo es un pueblo con un grave problema   de agua.  La gente se abastece en dos charcas, de difícil acceso, en las que el agua apenas corre y está turbia ante el incesante llenado de bidones. Para llenarlos hay que entrar dentro de la charca. Mejor no pensar demasiado en todo lo que esa agua puede tener.







A la salida del pueblo, a pesar de la hora y el calor, visitamos uno de los dos  puntos de abastecimiento de agua. Allí también fue difícil evitar el dolor del alma, el corazón y los huesos y ya casi el dolor de las tripas.
Una hora más tarde paramos para comer   después de haber dejado atrás el tercer poblado, Kasungwe. Paramos donde había menos polvo, a la sombra de un árbol. Un bollo de pan, plátanos y unas sardinas en aceite, regados con agua  a temperatura del coche fue nuestra comida.  
Todavía nos quedaba una hora y media larga para llegar a Kilela. Hicimos otra parada en Ngalu donde vive uno de los grandes jefes para saludarle, pero como no estaba continuamos   nuestro camino después de visitar la fuente y el lavadero que fueron arreglados en 2012.



También visitamos el centro de salud  que presentaba un aspecto desolador. Al lado se está construyendo un pequeño edificio que servirá como maternidad. Una vez más los sentimientos son encontrados y uno no sabe qué pensar. Pero esto es el África a la que intentamos ayudar.



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