27 de Junio
Hemos
pasado nuestra primera noche en Kilela. Como la noche cae rápido, y la luna
ya sale tarde tenemos la
oportunidad de contemplar el cielo
estrellado. Es una de las maravillas del
trópico a esta altura de 1.540 m sobre el nivel del mar. La farola más cercana
se encuentra a 98 Km en Likasi. Las
únicas luces exteriores visibles son dos
bombillas de 55W en el hospital. Aunque realmente destacan en la oscuridad de
la noche, son irrelevantes a la hora de
contemplar las estrellas.
Ninguno de los dos hemos
dormido muy bien. Las camas que tenemos quizás son las mejores de la zona pero
dejan bastante que desear. Uno dispone de luz en su habitación, el otro se
arregla con un par de velas de las que habíamos previsto en nuestras compras en
Lubumbashi.
A
las seis amanece y 20 minutos más tarde
el sol se levanta tímidamente en el
horizonte. Como es la estación seca sale un poco escorado al Noreste. En
Diciembre saldrá exactamente al Este.
Para
desayunar hoy había pan fresco, mermelada y queso. Son los lujos que nosotros
hemos traído de Likasi.
Durante
la mañana visitamos el conjunto de la Misión. Una Misión en África es todo un
conjunto de edificios: escuelas, internados, sala de reuniones, Iglesia, casas
para maestros, curas y monjas. Ya han comenzado las vacaciones escolares y está
todo muy tranquilo. En las escuelas hay unos 1.000 alumnos/as matriculados pero
ya están de vacaciones y se nota mucho su ausencia.
Comenzamos
la visita por el internado de los chicos,
cuya rehabilitación está casi terminada.
Pasamos
por el hospital y vemos la nueva cocina que Bierzo Ayuda subvencionó el año
pasado. Es un lugar cubierto con cuatro fogones en los que los familiares de
los enfermos preparan la comida, cada uno para su familia, sobre un brasero con
carbón vegetal.
Antes
de bajar la fuente de Ditó, una de las que se acondicionaron en 2011, vemos
cómo tres hombres fabrican ladrillos con una prensa para cocerlos. Dos de ellos
los fabrican para venderlos, el otro los utilizará para construirse una casa
nueva. Utilizan la tierra de los enormes termiteros que tanto abundan en esta
sabana arbolada. Es una arcilla resultado del trabajo de las termitas que han
mezclado durante largos años la tierra con su saliva y sus excremento, convirtiéndola en un materia prima óptima para fabricar
ladrillos cocidos.
Bajar a la fuente no es fácil. Uno piensa en la estación de lluvias cuando el piso mojado es tan deslizante. Desde arriba se ve una fila de gente, niños y mujeres, que espera su turno para llenar sus bidones amarillos. Unos los transportan sobre sus hombros, otros sobre sus cabezas o se ayudan de una bicicleta para transportar hasta 5 bidones, (100 litros de agua…). El esfuerzo es inmenso; se ve en la rigidez de los cuerpos cuando suben la pendiente del sendero. Esas filas desaparecieron cuando se acondicionó la fuente y pasó de uno, a disponer de tres caños.
El
aspecto general de los alrededores del manantial es bastante descuidado y hay
agua estancada porque no se ha limpiado la suciedad que poco a poco se va
acumulando. Una vez más queda claro que el desarrollo es algo muy lento. Habrá
que insistir de nuevo en la necesidad de que alguien se preocupe por el
mantenimiento de este tesoro de manantial, si se le compara con los de Kamikolo.
Volvemos
al hospital para saluda al médico, el Dr. Kasukila Paul, que ya está en la
consulta. Visitamos con él lo que aquí llamamos el bloque quirúrgico. La vista de esta pobreza de medios perturba
nuestros pensamientos. Es realmente una sala de operaciones de emergencia, en
la que se opera sin oxígeno, y por no haber no hay ni un Ambú que permita una ventilación de
urgencia. En caso de necesidad se practica el boca a boca.
Cambiamos
las primeras impresiones con Paul en vistas a la reunión que tendremos con todo el personal mañana.
Pasamos por la maternidad y entramos en la sala de partos. Todo muy modesto
pero limpio y cuidado. Se nota que está en manos de mujeres. En la sala
postpartos hay siete mujeres con sus bebés.
Una
de ellas, una adolescente, no sabe cuántos años tiene. Ha dado a luz dos
mellizos a los que tienen en la cama entre tres garrafas de agua caliente que
hacen las veces de incubadora.
Volvimos
al hospital por la noche, sin previo aviso.
En el bloque quirúrgico había
dos personas operadas. Las salas estaban iluminadas por la luz de una vela. El grupo electrógeno sólo se enciende para
las operaciones y las ecografías. Cuesta ver estas imágenes, aunque siempre hay
que buscarles el lado positivo. A pesar de todas las deficiencias existentes en las instalaciones,
hay personas que han sobrevivido al
haber podido ser operadas en ellas.
A
una de las hospitalizadas se le ha practicado una cesárea ayer. En la penumbra
de aquella luz casi fantasmagórica se
podía ver su cara feliz al lado de su bebé. Desde que esta sala comenzó a
funcionar en 2008 se han practicado en ella unas 90 cesáreas sin que se haya
registrado ningún fracaso. ¿Qué hubiera sido de todas esas mujeres y sus hijos si esta sobrecogedora sala de
operaciones no hubiera existido?
Dentro
de dos semanas llegarán los dos ingenieros suizos que se van a ocupar de la
electrificación del hospital y la instalación de la bomba solar. A partir de
entonces habrá iluminación eléctrica durante la noche como ya la hay en la
maternidad y las otras salas de hospitalización.
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