26 de junio
Hemos salido, tal como estaba
programado, a las seis de la mañana. Nos
acompañan Kafrigel, nuestro fiel amigo, y un chófer. En el 4x4 no cabe ni un alfiler más. Pero en
Likasi habrá que meter todavía el pan para 8 días y otras pequeñas compras de
última hora.
Esta amaneciendo y el
aire es fresco. En muy poco tiempo salimos de la ciudad y nos encontramos
rodando por la carretera que teóricamente une a Ciudad del Cabo con el Cairo. A
nadie se le ocurriría emprender hoy semejante viaje. Se pueden ver las muchas
instalaciones mineras que han ido naciendo en las afueras de Lubumbashi.
Debieran ser un motivo de profunda alegría y sólo producen tristeza. En vez de
polos de desarrollo solo crean miseria a su alrededor. La riqueza se va y aquí
sólo queda un paisaje destruido, aguas contaminadas y escoria. Miles y miles de
trabajadores que se intoxican en sus instalaciones, o pierden la vida en las
canteras por sueldos que ni siquiera se pueden calificar de supervivencia.
Como cada mañana un río de gente
converge hacia la ciudad para vender sus productos. Sobre todos ellos destacan
los que transportan varios sacos de carbón vegetal sobre sus bicicletas. Se
pregunta uno como pueden mantener el equilibrio sobre ellas.
Otros empujan un bulto enorme sobre
dos ruedas: Es una bicicleta que desaparece bajo seis sacos de carbón que solo dejan ver la mitad inferior de sus
ruedas.
A 55 Km de Lubumbashi hay un camión volcado en medio de la
carretera. Transportaba una carga tan alta de sacos de carbón que no pudo
mantenerse en equilibrio. Adelantamos a uno de ellos en el que podemos ver a un
hombre profundamente dormido sobre la
carga.
Más adelante hay otros
dos camiones accidentados. Es una zona de subidas y bajadas con fuertes
pendientes en la que siempre que se pasa hay vehículos que han sufrido
accidentes por ir excesivamente cargados. Ya a la salida de Lubumbashi le hemos
dicho al chofer que no pase de 90 Km/h. La carretera está bien pero es
imprevisible lo que se puede encontrar en estas curvas.
Habíamos querido salir
temprano para llegar pronto a Kilela pero
a veces los caminos son tortuosos. Poco antes de llegar a Likasi había
un control sobre el seguro del coche. Nuestro vehículo lo tenía caducado desde
hace varios meses. Después de unas cuantas discusiones de Kafrigel con los
policías de la barrera, uno de ellos se nos metió en el coche y nos acompañó
hasta la oficina de SONAS, la compañía nacional de seguros. Como en estos casos
la presencia de dos extranjeros complica las cosas, Kafrigel se preocupó de
dejarnos en un bar restaurante antes de ir con el vehículo hasta la oficina.
Allí aprovechamos para dejarnos regalar con una tortilla francesa, pan,
margarina y café; todo un lujo.
Transcurrido un tiempo bastante largo volvió con Olivier, nuestro amigo
de Likasi que tantas veces nos ha servido como contacto con Kilela Balanda,
después de pagar el seguro sin ningún recargo ni otro tipo de sanción.
Compramos el pan y algo para comer en
el camino y salimos para Kilela.
Antes de abandonar la ciudad ya el
camino se vuelve muy complicado al atravesar el barrio de Panda, un barrio
obrero construido en la época de la colonización y que era uno de los mejor
cuidados de Likasi. Los baches de sus calles anuncian lo que serán los 98 Km
que haremos hasta Kilela Balanda. La bajada para atravesar el río Panda ya
tiene más de 10 cm de polvo. Una vez más lo está reparando manualmente el PAM
(Programa de alimentación Mundial, de las N.Unidas) .
Al otro lado del puente comienza el
territorio de la Zona de Salud de Kilela Balanda. Un inmenso territorio de 10.000 Km2
que coinciden con la zona confiada a la Misión católica de Kilela Balanda.
El primer pueblo, justo al subir una
empinada cuesta de 300 m después del río,
es Ditengwa, un pueblo muy largo en el que viven unas 3.500 personas. El polvo que levantan los vehículos al pasar
hace que todo tenga el color rojizo de la tierra del camino. En Ditengwa, como
en todos los pueblos, hay cientos de niños que en vez de lucir sus hermosas y
brillantes pieles negras, tienen también
el color rojizo del polvo. Juegan o se sientan en el suelo y después no
hay un grifo para lavarse. Alguna gente recorre casi un Km para bajar
hasta el río. Hay muchos niños y niñas
muy pequeños acompañados por hermanos o amigos
no mucho más mayores que ellos. Los niños deben aprender a cuidar y cargar muy pronto con los
hermanos que les siguen. Esas imágenes hacen doler el alma, el corazón, el
estómago y hasta los huesos además de revolver las tripas.
Poco a poco nos alejamos de Likasi y nos adentramos en este territorio
de sabana arbolada dejando detrás una nube de polvo.
Los baches son tan grandes que en
algún momento irritan profundamente y se tensa el ambiente. Viajamos en un
vehículo medianamente confortable y vamos cruzando o adelantando gente que
camina a pie o transporta pesadas cargas
en bicicleta. Otros circulan, o se hacen transportar en moto, algunas veces son
tres adultos más un bebé en la misma moto.
Ellos no tienen otra alternativa; y después de todo, sus huesos son como
los nuestros.
Cruzamos algún gran camión cargado de mercancías y personas que viajan sobre la carga.
A una hora y media de camino
atravesamos sin parar el segundo pueblo, Kitemena. Otros tres cuartos de hora,
con uno de los peores tramos del camino, y estamos en Kamikolo donde paramos
para saludar a la gente. Acaban de construir otra hermosa escuela de cuatro
clases que todavía no funciona porque no tiene pupitres. Los de International Rescue Committee construyen
escuelas pero no se preocupan del equipamiento. Es el primer contacto directo con un poblado
del interior en plena sabana. Es el mediodía y el sol cae vertical aunque la
temperatura es relativamente fresca: estamos en la estación seca.
Les quedan 40
Km hasta el mercado de Likasi
De camino hacia el centro de salud
saludamos a un grupo de hombres que están cimentando el suelo de una capilla de
una secta, charlamos con ellos y nos acercamos a otros que construyen o reparan
sus casas. Es una actividad normal en esta época del año en la que no se puede
cultivar.
El Centro de Salud es un pequeño edificio construido en 2009. El aspecto que presenta es intolerable para nuestros médicos, pero es el centro de Salud del que dispone la gente. A pesar de todo allí se cura, se hacen partos y se puede tratar la malaria. Pudimos comprobarlo porque había dos pacientes internados. El ambiente no era muy aceptable pero pudimos ver un recién nacido envuelto con mimo y primor en los brazos de su madre. A la entrada uno lo hubiera cerrado de inmediato, después de lo visto más bien pensamos que habrá que intentar mejorarlo.
La asepsia y la higiene son dos conceptos difíciles en todo este ambiente. Uno tiene que recordar y preguntarse qué idea tenían nuestros abuelos, o quizás nuestros padres, de esas cosas hace 80 años. El desarrollo es siempre más lento de lo deseable, y ciertas cosas que han formado parte de nuestra historia con el tiempo llegan a parecernos inadmisibles.
Kamikolo es un pueblo con un grave
problema de agua. La gente se abastece en dos charcas, de
difícil acceso, en las que el agua apenas corre y está turbia ante el incesante
llenado de bidones. Para llenarlos hay que entrar dentro de la charca. Mejor no
pensar demasiado en todo lo que esa agua puede tener.
A la salida del pueblo, a pesar de la
hora y el calor, visitamos uno de los dos puntos de abastecimiento de agua. Allí también
fue difícil evitar el dolor del alma, el corazón y los huesos y ya casi el
dolor de las tripas.
Una hora más tarde paramos para comer
después de haber dejado atrás el tercer
poblado, Kasungwe. Paramos donde había menos polvo, a la sombra de un árbol. Un
bollo de pan, plátanos y unas sardinas en aceite, regados con agua a temperatura del coche fue nuestra comida.
Todavía nos quedaba una hora y media
larga para llegar a Kilela. Hicimos otra parada en Ngalu donde vive uno de los
grandes jefes para saludarle, pero como no estaba continuamos nuestro camino después de visitar la fuente
y el lavadero que fueron arreglados en 2012.
También visitamos el centro de salud que presentaba un aspecto desolador. Al lado
se está construyendo un pequeño edificio que servirá como maternidad. Una vez
más los sentimientos son encontrados y uno no sabe qué pensar. Pero esto es el
África a la que intentamos ayudar.
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